De pronto, un día, me
encontré llevando mis primeros tacones, mi primera falda estrecha y en mi mente
pensamientos nuevos, para mí eran totalmente desconocidos y al sentirlos me
agarraba por dentro un nudo de nervios que me producía cierta inquietud. Me miré
al espejo antes de salir notando que había aparecido en la mirada cierta
picardía, y pensé que mi vida había dado un paso de gigante. En un abrir y
cerrar de ojos me creí mujer cuando en realidad solo habían pasado un par de
años.
Cumplía solo diecisiete,
mi corazón se abría a la vida lleno de ilusiones y sueños, la mirada se había vuelto algo más
atrevida, distinta, quizás anhelando que llegara a mi vida, ese príncipe azul
que esperan todas las niñas en la adolescencia.
Cuando salí a la calle pisé
con seguridad.
Paseaba esa tarde con
unas amigas cuando “le vi acercarse”, era un joven moreno, alto, bastante atractivo,
que no necesitó decir palabra alguna para que lograra mi atención y la de mis
amigas, bastó su mirada osada y acariciante a la vez, para saber con ese gesto que
le dejaría entrar a mi vida. Desde ese mismo instante comenzó para mí un
cortejo que abría la puerta a mis días jóvenes, un sinfín de ilusiones comenzaron
a forjarse en mi interior, esperaba la llegaba de la tarde noche con ansia, porque
él estaría a mi puerta esperando el momento de vernos, sentí como crecía una
desconocida ilusión, un esperar impaciente que el tic-tac del reloj fuese más
de prisa para oír su silbido a mi puerta anunciándome su llegada cada tarde
Él también era muy
joven, casi adolescente, solo tenía diecinueve años, pero sus gestos de
sabelotodo, y la picardía que ponía al hablar le hacía aparentar ser mayor.